sábado, 27 de diciembre de 2008

Rodolfo Franco


Nota publicada en el diario LA PRENSA con motivo de su fallecimiento
27 de junio de 1954


Falleció ayer en esta Ciudad
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El pintor Rodolfo Franco, que falleció ayer en esta capital, sumaba las condiciones propias del artista fino, evidenciadas en una obra de perdurable calidad, con las de un caballero cuya simpleza y cordialidad le valieron el afecto de cuantos lo trataron.
La vida entera de este pintor inteligente, de este sagaz estudioso, estuvo consagrada a la realización de una obra que hoy, cuando nuestros círculos vinculados a las actividades del espíritu deploran su desaparición, exalta su personalidad con nobles relieves.
Rodolfo Franco nació en Buenos Aires en el año 1890. Atraído desde muy joven por el arte completó su formación plástica que había iniciado en la Academia Vitti de París. También siguió en la Cuidad Luz los cursos de grabado de Edouard Léon. Cuando regresó a su patria lo hizo con un bagaje que lo destacaba entre quienes se dedicaban aquí a esas tareas sutiles. No es raro, pues que sus servicios fueran solicitados sucesivamente por importantes centros docentes, pues se conocía la eficacia de su preparación. Fue profesor en la Escuela de Bellas Artes de la Universidad de la entonces Ciuda de La Plata; en la Escuela de Artes Decorativas de la Nación y en la Escuela Superior de Bellas Artes, donde tuvo a su cargo la cátedra de escenografía. Paralelamente con esas funciones, que lo decoraron a lo largo de su vida con un prestigio cimentado en la solidez de sus conocimientos, Rodolfo Franco desempeñó una serie de tareas que contribuyeron a realizar su labor artística. Miembro de la Comisión Nacional de Bellas Artes de 1942 a 1945 y director escenógrafo del teatro Colón, desarrolló una obra cuya trascendencia perdurará largamente. Al frente de nuestro gran coliseo, Franco se señaló como un esteta de singular inventiva. Operas y "ballets" le deben creaciones raras y hermosas, en las que se trasunta su compenetración con los ilustres temas clásicos y con las audaces composiciones de los maestros actuales. Eso hubiera bastado para que Rodolfo Franco ganara una jerarquía espiritual innegable firmeza. Si agregamos su acción al frente de la dirección escenográfica de los teatros municipales brasileños de Río de Janeiro y San Pablo, la que cumplió en decoraciones tan sobresalientes como la del Pabellón Argentino de la Exposición de París, en 1937. Y la que, como pintor, le hizo acreedor en nuestros principales salones a altas recompensas, se comprenderá que el artista que ayer dejó de existir ocupara un puesto descollante dentro de las manifestaciones plásticas argentinas. Rodolfo Franco lo ganó merced a su calidad excepcional. Con el desaparece un maestro de ejemplar dignidad, un hombre que se entregó generosamente, plenamente, a la labor que llevaba acabo y cuyos afanes redundan en beneficio del arte de nuestro país, privado hoy, por su muerte, de un guía seguro y diestro.

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